TALLER DE ARREGLOS
De manera casi involuntaria y a raíz de la demanda de los clientes casi desde el principio de abrir mi tienda, poco a poco, fui involucrándome en el arreglo de piezas de bisutería.
Pegar piedras, cambiar gomas de pulseras, poner cierres nuevos, rehacer collares que se han roto o modificar algunos demasiado largos o que ya no nos entran por la cabeza…hago todo lo que esté mi mano para que esa pieza salga a la luz y vuelva a la calle renovada y bien lucida por quien desea recuperarla.
Con el paso de los años, la confianza es tan grande, que algunas personas me traen una maraña de varios collares, pulseras o pendientes todos revueltos que llevan años inservibles en un cajón. Sus palabras textuales son: “haz lo que quieras con todo esto…avísame cuando tengas arreglada alguna cosa para mostrarme”.
Me encanta el trabajo de taller. Me siento útil aportando mi granito de arena para evitar que decenas de cosas acaben en la basura y vuelvan a tener una vida útil. Se recuperan los objetos, pero además, me he dado cuenta que sobretodo, se recuperan emociones.
Son muchas las persona que se acercan y me dicen como disculpándose: “esto no vale nada, pero para mí tiene un valor inmenso”…recupero collares de infancia y juventud, regalos que han marcado algo especial, recuerdos de las abuelas, de personas fallecidas, de personas que se encuentran lejos…en fin, ya pueden ser con cuentas de plástico, piedras semipreciosas o de cristal, eso, en estos casos, no influye en su valor.
Recuerdo con especial cariño una señora que me trajo un pendiente para hacer un colgante. Me contó que su madre era tan pobre cuando falleció que lo único que tenía de valor para dejar a sus dos hijas era un par de pendientes de azabache. Le dio uno a ella y el otro para su hermana, no había más.
Para mí, esto es entrañable.